La Casa Deshabitada

Un día, decidió entrar en esa casa. Tenía el manojo de llaves de colores en la mano; sin embargo, habiendo conseguido girar la llave de las tres puertas precedentes y abrirlas, no se atrevía a franquear la última, de la que colgaba un grueso candado uniendo los dos extremos de una gran cadena, cuya apertura le daría acceso al lugar. Tras averiguar qué llave correspondía con esa última cerradura, la introdujo y abrió la puerta. Lo primero que sintió, nada más entrar, fue mucho calor y un olor desagradable; una mezcla entre geriátrico . . .

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